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¿El fin de la vida?


El siguiente artículo es una reimpresión de Tech Central Station (30 de julio de 2002) con los permisos del autor y de la editorial.

Supongamos que en un ahogamiento se halla presente un médico. La paciente se tiró al agua hace tan solo unos minutos y luego se hundió pero ya no respira ni hay pulso. Y en lugar de aplicar la RCP (resucitación cardiopulmonar) y tratar de reanimarla, el médico simplemente dice "está muerta" y la cubre con una toalla para llevarla al depósito de cadáveres.

¿Qué pasaría si al tratar a un paciente con una herida de bala que le ha destrozado el fémur, en lugar de practicar una cirugía de reconstrucción, lo único que hiciera el médico fuera amputar la pierna a la altura de la cadera sin haberse lavado las manos, sin poder contener la hemorragia y el pobre hombre falleciera sobre la mesa de operaciones y, él también, fuera enviado a la morgue?.

¿Alguien duda de que actualmente en nuestro país, médicos como estos serían procesados por negligencia o tal vez condenados por homicidio involuntario? Pues en un pasado no tan cercano, esta habría sido precisamente la reacción médica aceptada en ambos casos.

Definir la muerte

La visión popular y convencional de la muerte es que es una condición diferenciada; ahora estás vivo, ahora estás muerto. Esa desalentadora representación de los matasanos es tan solo una formalidad (todos lo sabemos por las películas que cuando el malo recibe un disparo, grita y se retuerce de dolor o exhala su último aliento y muere, o que cuando la heroína cierra los párpados con dulzura, han dejado este mundo para ir a otro mejor del que nunca regresarán).

Pero la vida real, y la muerte, son algo más complejo que eso. No es una condición científica objetiva sino una condición legal determinada por un médico o un juez. Es como el baloncesto; un balón lanzado a canasta no puntúa hasta que el árbitro lo certifica.

La realidad es que la vida y la muerte no son estados binarios (del uno al otro hay una transición gradual). Más que sufrir una transformación instantánea de la vida al descanso eterno, el cuerpo cierra gradualmente las puertas y apaga las luces una a una. Las células mueren de forma individual y el ritmo vital se ralentiza de forma constante hasta detenerse por completo.

Pero esa parada puede revocarse por medio de desfibriladores y respiración asistida. De hecho, las técnicas modernas de cirugía hipotérmica inducen al paciente a un estado que muchos calificarían de "muerte" (sin pulso, con encefalograma plano y con ausencia de respiración) para luego devolverlo a la vida. Es más, durante una suspensión criónica adecuada, se produce dicha reanimación (tras la declaración legal de muerte) aunque con una fuerte "anestesia" para permitir la circulación de los fluidos crioprotectores por el cuerpo y especialmente el cerebro. No hay nada que nos haga afirmar objetiva y científicamente que "ahora el paciente está muerto, no hay posibilidad de que este estado cambie" ya que, como ahora sabemos mucho más sobre fisiología humana y conocemos más casos de experiencias bajo condiciones extremas, hemos descubierto que una condición que pensábamos que estaba más allá de la esperanza, puede ser invertida de forma rutinaria para dar lugar a una existencia plena y vehemente.

La muerte no es, por tanto, un absoluto sino un estado relativo y el tratamiento médico adecuado es una función del saber médico actual y los recursos disponibles. Lo que eran términos más que suficientes para declarar una muerte en el pasado, hoy día podrían significar la aplicación de procedimientos de reanimación colosales o tal vez rutinarios. Incluso a día de hoy, alguien que sufra un ataque cardíaco en la selva boliviana sería declarado muerto ya que no hay medios para tratarlo, mientras que el mismo paciente sería llevado a la unidad de cuidados intensivos si viviera en Beverly Hills, lo que le proporcionaría algunos años más de vida.

El desafío criónico

He aquí la razón por la cual el concepto de criónica (que se ha hecho famoso por el caso Ted Williams) es tan problemático para el estamento médico.

Los crionicistas creen, no sin parte de razón, que nadie está realmente muerto hasta que su cuerpo se encuentra en una situación que escapa de la recuperación y la curación por completo. Esto no sucede hasta que una persona presenta lo que se denomina "información mortal", o lo que es lo mismo, la pérdida de toda la información que constituye las características físicas y de personalidad del finado (ese sería inevitablemente el resultado al dejar, por ejemplo, que el cuerpo se pudra en un ataúd durante unos cuantos días o meses, o incinerarlo y esparcir sus cenizas, que son actualmente los métodos de tratamiento de cadáveres más populares). Cualquier otra cosa diferente no es muerte; es tan solo un estado temporal de incapacidad hasta que la tecnología pueda sanar y reanimar, como ha sucedido ya, a víctimas de ahogamientos o electrocución que pudieron ser salvados con RCP.

Desde el punto de vista de los crionicistas, si la información necesaria para sanar el cuerpo y devolverle su vigor anterior persiste y puede ser preservada, y contamos con la tecnología futura capaz de realizar dicha curación, ¿cómo puede un cuerpo preservado de tal forma considerarse irreversiblemente muerto? ¿Y cómo podemos, con los conocimientos limitados que poseemos sobre la naturaleza de la vida, la consciencia y la identidad, ser lo suficientemente inteligentes como para saber cuánta información precisa esa reanimación o si lo que salvamos y preservamos con las técnicas criónicas actuales no es suficiente? Tal vez no podamos.

Esta puede ser la razón por la que algunos miembros del estamento médico y criobiológico actual se oponga al concepto de suspensión criónica. Si aceptaran la premisa de que en el futuro contaremos con la tecnología apropiada para reanimar a los pacientes criosuspendidos tras la declaración legal de muerte, cualquier paciente al que permitieran ser incinerado o enterrado, sería, de hecho, sometido a eutanasia, según los protocolos médicos establecidos.

Aceptar esto significaría, a su vez, que hay dos opciones: deben suspender a todos los pacientes que no sean capaces de curar, por medio de las mejores técnicas disponibles con la esperanza de que sus sucesores lo consigan; o bien deben aceptar el hecho de que están sometiendo deliberadamente a los pacientes a eutanasia. La ignorancia, el orgullo o tal vez ambos hacen que los médicos crean que nadie será capaz de hacer mañana lo que ellos no pueden hacer hoy.

Resulta irónico que el estamento médico, que tanto ha puesto de su parte a lo largo de la historia de la humanidad para ampliar los límites de la vida, no esté dispuesto ahora a poner a sus pacientes en una posible ambulancia al futuro sino que se enzarza en profundas discusiones sobre el tema, echando mano de los manidos e inaplicables comentarios del tipo "convertir una hamburguesa otra vez en vaca". Pero tal vez es un pequeño milagro. Después de todo, aceptar el punto de vista de los crionicistas les dejaría pocas opciones a excepción de aceptarlo y aplicarlo o considerarse a sí mismos parte de un holocausto por acabar con la vida humana, eclipsando cualquier otro holocausto de los acontecidos en el s. XX. Si quieren admitir que están destruyendo el futuro potencial de la gente, y están dispuestos a vivir con ello como parte de la filosofía actual de no proporcionar medidas de ampliación de la vida de ningún tipo, de acuerdo, pero deberían estar obligados a defenderlo honestamente y justificarlo en lugar de decir que los crionicistas están locos, que son unos crédulos y que lo que le sucede a un cuerpo tras la declaración legal de su muerte no importa, que es lo que hace la mayoría de ellos. Hemos invertido la mayor parte de los últimos treinta años en un profundo debate nacional acerca del momento en que se inicia la vida humana y tal vez vaya siendo hora de iniciar otro sobre el momento en que ésta termina.





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